Ida y vuelta

miércoles, octubre 26, 2005

Los niños de ahora

Cada vez que veo un niño viajando en autobús, seguramente a algún colegio lejos de su casa, trato de pensar cómo recordará cuando sea mayor estos trayectos de un lado a otro, rodeados de tanta y tan extraña gente. Una niña viajaba hoy con su madre, que seguramente no lleve mucho tiempo más en España que su joven hija. Como tantas otras veces que me encuentro a padres con sus hijos en el bus camino del colegio, la madre tenía un libro de texto entre las manos, con el que repasaba la asignatura de su pequeña. Ésta simplemente se resignaba a repetir de memoria las respuestas a las preguntas que le formulaba. Que si un líquido no tiene forma definida sino la del recipiente que ocupa, que si el gas se expande lo máximo posible, que si el estado sólido, que si la fusión, la condensación, la evaporación, la modorra que entra al ir en bus a las ocho de la mañana, que si el asiento es demasiado cómodo para estar despierto, más que asiento sillón para la muchacha, que si el traqueteo del vehículo y el ronroneo continuo que sube desde el motor... ¿Conocimiento del medio se llama ahora? La madre, paciente, con el libro de sexto de primaria entre sus manos, apelaba a la memoria de la hija, más paciente todavía, respondiendo a todas y cada una de las cuestiones que le eran planteadas.

Hasta aquí todo normal. En cierto momento, la madre se levantó, se preparó y siguió repasando unos minutos más con su niña. En la siguiente parada, vi sin embargo que sólamente una se bajaba del coche, la adulta. Miré atrás y observé que la hija aguardaba todavía en su asiento. Llegando a final de trayecto es cuando la hija se baja del autobús. Pienso en la odisea que pasará esa pequeña cada día para ir a un colegio: en cierto modo yo, como pasajero del bus, me sentía responsable de lo que le pudiera pasar hasta su bajada, y aún más allá, cuando tomara el metro nosecuántas estaciones hasta alcanzar la escuela. ¿Cuándo regresará a casa? ¿Por la tarde? ¿Cuándo volverá a ver a su madre? ¿Ya de noche, si sigue despierta? ¿Cuándo se ha levantado? Yo lo he hecho a las siete y media de la mañana, y al subir al bus ya estaba en su sitio.

lunes, octubre 17, 2005

Webern, la pareja y la coherencia interna

En el último número de la Revista de Occidente, el semiólogo Paolo Fabbri hablaba de las semejanzas del jazz con el lenguaje: no en el sentido de literalidad, sino en el de la construcción de un discurso improvisado y con coherencia interna. En resumen, un proceso autoorganizativo: nadie le tiene que decir a los músicos cuándo terminar con la jam session. Te puedes ir por los derroteros que quieras, siempre y cuando guarde esa coherencia interna de la conversación.

La pareja a la que me he acercado hoy no hablaba muy alto. Empecé a escucharlos cuando dialogaban sobre turismo y viajes, Nueva York, las Pirámides, Portugal, la manera de visitar los lugares. La conversación a veces se perdía entre el ruido del motor, las vibraciones, los movimientos. Cuando pude recoger el testigo, estaba en boca de ellos un amigo común, que había nacido en Bilbao. Poco después pude oír trozos de la historia de otro amigo, que al volver al pueblo donde había nacido, la primera persona que se encontró le dio un abrazo. En el escaso camino que todavía le quedaba por recorrer al bus mi oído pudo captar algún que otro hilo de la conversación que, como el Guadiana, aparecía tan pronto como volvía a desaparecer.

Anton Webern, compositor clásico pionero de la atonalidad, hizo este comentario (crítico) sobre la modulación (es decir, el paso de una tonalidad a otra dentro de una misma pieza musical): "Me voy a una habitación a clavar un clavo, pero cambio de idea a medio camino, salgo de casa, subo al tranvía, me apeo en una estación de ferrocarril, tomo un tren y, al fin, llego a... ¡América! He aquí lo que es la modulación".

sábado, octubre 15, 2005

Como un cirujano

Siempre me han llamado la atención las mujeres que se maquillan durante el viaje. Hay gente que lee un libro, o el periódico que se encuentran tirado en el asiento de al lado, o incluso un periódico de verdad, hay gente que simplemente está todo el viaje mirando por la ventana, o con el móvil (que no quiere decir que hablen por él), o reprimiendo el impulso de cantar y bailar lo que escuchan por los auriculares y se dedican a tamborilear con los dedos, y hasta hay quien aprovecha para echarse una siesta sin más. Pero ninguna de estas cosas requiere tanta concentración como la de maquillarse en el autobús. La mujer que estaba delante de mí, con paciencia infinita, sacaba sus bártulos, fijaba su vista en el espejito que tenía en una mano y que no paraba quieto, y con la otra intentaba a duras penas usar todo tipo de lápices faciales en el lugar apropiado, sin que le fallara el pulso, a sabiendas de que un bache fatal podría arruinar el trabajo de medio viaje.

Lo curioso es que esto no ocurría de mañana, cuando siempre hay una mujer que, si por obligaciones (o no) del trabajo tiene que ir maquillada, prefiere dedicar cinco minutos más a dormir y aprovecha el autobús para algo útil. Hoy, sábado, ha sido por la tarde, de vuelta a casa. ¿Marido-novio-amante-primos-padres-amigas-socios-etc.? Sólo sé que hemos llegado al barrio al mismo tiempo, y ella ha levantado la vista hacia una ventana, ha cogido el móvil y ha desaparecido por los soportales.