Ida y vuelta

martes, febrero 07, 2006

El mundo es un pañuelo

Hoy, pese a no haberme presentado al examen que tenía, también tocaba tomar el bus.

Hace frío pero también sol, que lo mitiga. El ruido de los coches hace que tenga que poner a cierto volumen mis auriculares, y sin embargo apenas se pueden distinguir unos sonidos de otros, aunque lo que sí se distingue bien es la falta de afinación de Conor Oberst, alias Bright Eyes, que según el libro que estoy leyendo sobre pop independiente, es lo que le da personalidad, lo que infude vida a sus canciones. Pero a mí de momento me pone nervioso.

Llega el bus y la cola se desordena. No soy incapaz de distinguir quién estaba ahí antes que yo y quién ha venido después. Mi pensamiento-escudo es que no me importa que la gente se cuele porque va a haber sitio para todos, pero quizá esa sea solo una de las múltiples formas de autoengaño que tiene cualquier ser humano racional. Felizmente, el asiento segundo empezando por el medio y hacia atrás está libre. Para más señas, es el del lado derecho del autobús, así que hoy me libraré del sol.

A mi lado, junto a la ventana, está sentada una mujer negra, con el pelo teñido de pelirrojo, hablando por un manos libres que le mantiene ocupadas ambas (sujetando el móvil y el micro) en un idioma extraño, o por lo menos más extraño que el alemán. Lo primero que me ha llamado la atención es que habla bajito, rasgo poco común entre los inmigrantes venidos de lo que está de moda llamar África subsahariana. Recuerdo incluso que una vez estuve a punto de escribir un post sobre las diferencias culturales a raíz de haber visto en un breve lapso de tiempo a una pareja de negros muy negros hablando muy alto y a una pareja de blancos muy blancos muy rubios hablando muy bajo. Pero ese post se perdió entre mi pereza. La mujer, vestida con americana negra y pantalones, creo recordar, parecía tener una conversación más o menos personal a través de su móvil con cámara.

A lo que estaba. Realmente no pasa nada especial, simplemente me he sentado y estoy esperando a que el bus entre en carretera para sacar mi lectura de hoy. Nada más salir de casa he dado media vuelta y he regresado para coger el National Geographic: hoy no me apetecía llevarme un libro y mucho menos apuntes (jamás). Ahora me dispongo a sacar la revista para echarle un vistazo. Pero me entra una vergüenza terrible: en la portada del NT hay un señor negro vestido con ropajes tribales muy coloridos. El titular tiene ese aire fantástico y aventurero haciendo referencia a tierras salvajes de la lejana África. Miro a mi vecina de asiento (la mujer negra, sí, es algo redundante, pero no me he atrevido a poner sólo "negra" por alguna posible malinterpretación; eso sí, nunca diré "mujer de color"), saco el National Geographic con la contraportada (un inofensivo anuncio de coches) hacia arriba y me dispongo a leer... un buen reportaje sobre la biodiversidad en California, especialmente la de su flora. Al rato, la mujer deja de hablar por el móvil, echa un vistazo a la revista por encima de mi hombro y ha seguido con lo suyo.
Ambos bajamos en la última parada, esperando a que el autobús se quede quieto para levantarnos y salir, e inmediatamente la pierdo de vista entre el gentío del intercambiador.

Todavía no comprendo bien por qué me he sonrojado.