Como en tu propia casa
Esto ya pasó hace unas cuantas semanas, creo recordar que era el último concierto de la temporada y me monté en el bus sobre las seis de la tarde de un viernes de mediados de julio, con la guitarra a cuestas y los auriculares en las orejas. Y, oh sorpresa, estaba solo en el bus. Aunque esto nunca es verdad, porque contigo siempre está el conductor. Y no podía olvidar su presencia aunque me sentara en la parte de atrás del vehículo. Sí, no podía olvidar su presencia y su gusto musical, ya que una versión de Il mondo por parte de uno de esos grupos pop carne de radiofórmula con cantante mona atronaba por todo el bus. Se entiende que como no había subido nadie hasta ese momento, el autobusero se tomó unas libertades y subió el volumen de la radio (Cadena 100, como me enteraría más tarde). Ah, pero ya había alguien dentro, es de suponer que se moderaría: qué va, ni siquiera podía escuchar mi propio mp3 si no quería poner en peligro mis tímpanos.
Ya en la siguiente parada se suman unos cuantos viajeros más, y suena una de esas rumbillas del tipo Delinqüentes o Muchachito Bombo Infierno. Es igual, el tío sigue con su música, ahí, dándole, demostrando que él es el que manda, olé. Pues no, no era la libertad que te da un bus vacío, porque ese ya se iba llenando, a cuentagotas, sí, pero se iba llenando y éramos varios los sufridores. Esperando que el conductor se diera cuenta de que no estaba solo pasamos varias paradas.
Y, bueno, yo me bajé al final del trayecto, y el autobusero seguía con su música, qué guay, nos había obligado a escuchar los grandes éxitos del momento, ya que con el ruido tan alto no se podía ni leer ni conversar con alguien y se te hacía incluso difícil concentrarte en el paisaje. Suerte para los próximos que se montaran.
Ya en la siguiente parada se suman unos cuantos viajeros más, y suena una de esas rumbillas del tipo Delinqüentes o Muchachito Bombo Infierno. Es igual, el tío sigue con su música, ahí, dándole, demostrando que él es el que manda, olé. Pues no, no era la libertad que te da un bus vacío, porque ese ya se iba llenando, a cuentagotas, sí, pero se iba llenando y éramos varios los sufridores. Esperando que el conductor se diera cuenta de que no estaba solo pasamos varias paradas.
Y, bueno, yo me bajé al final del trayecto, y el autobusero seguía con su música, qué guay, nos había obligado a escuchar los grandes éxitos del momento, ya que con el ruido tan alto no se podía ni leer ni conversar con alguien y se te hacía incluso difícil concentrarte en el paisaje. Suerte para los próximos que se montaran.