Ida y vuelta

domingo, julio 30, 2006

Como en tu propia casa

Esto ya pasó hace unas cuantas semanas, creo recordar que era el último concierto de la temporada y me monté en el bus sobre las seis de la tarde de un viernes de mediados de julio, con la guitarra a cuestas y los auriculares en las orejas. Y, oh sorpresa, estaba solo en el bus. Aunque esto nunca es verdad, porque contigo siempre está el conductor. Y no podía olvidar su presencia aunque me sentara en la parte de atrás del vehículo. Sí, no podía olvidar su presencia y su gusto musical, ya que una versión de Il mondo por parte de uno de esos grupos pop carne de radiofórmula con cantante mona atronaba por todo el bus. Se entiende que como no había subido nadie hasta ese momento, el autobusero se tomó unas libertades y subió el volumen de la radio (Cadena 100, como me enteraría más tarde). Ah, pero ya había alguien dentro, es de suponer que se moderaría: qué va, ni siquiera podía escuchar mi propio mp3 si no quería poner en peligro mis tímpanos.

Ya en la siguiente parada se suman unos cuantos viajeros más, y suena una de esas rumbillas del tipo Delinqüentes o Muchachito Bombo Infierno. Es igual, el tío sigue con su música, ahí, dándole, demostrando que él es el que manda, olé. Pues no, no era la libertad que te da un bus vacío, porque ese ya se iba llenando, a cuentagotas, sí, pero se iba llenando y éramos varios los sufridores. Esperando que el conductor se diera cuenta de que no estaba solo pasamos varias paradas.

Y, bueno, yo me bajé al final del trayecto, y el autobusero seguía con su música, qué guay, nos había obligado a escuchar los grandes éxitos del momento, ya que con el ruido tan alto no se podía ni leer ni conversar con alguien y se te hacía incluso difícil concentrarte en el paisaje. Suerte para los próximos que se montaran.

sábado, julio 22, 2006

Sutil comunicación

La ventaja de colocarte en los asientos del centro, esos que miran hacia atrás, es que puedes mirar las caras de los demás de una manera no forzada, y esto sirve tanto para cuando se te pone delante una chica preciosa en la que coincides en gustos musicales y literarios (o eso crees) como para observar una de las conductas más comunes dentro de estos vehículos: pedir al vecino que te deje salir.

Esto es: un hombre joven en el asiento de la ventana, que deja una bolsa a sus pies, y una mujer de mediana edad (agridulce eufemismo) en el del pasillo, con otra bolsa. Bolsas de plástico, las dos, blancas, de esas que te dan en el Mercadona, ya sabéis, compras algo y... ¡zas!, bolsa al canto.

El chico, como cualquier persona no ciega que se sienta en el lado de la ventana, entretiene el viaje mirando la rápida sucesión de edificios, árboles, otros coches... que le hace poner la típica cara bucólica que desde fuera parece reflejo de una reflexión sobre el paso del tiempo, etcétera. La mujer, como casi cualquiera que se sienta en el pasillo, pone una cara más terrenal, la única que se puede poner observando las coronillas del resto de viajeros.

Pero en esto que estamos llegando a la parada del hombre, que ya no mira por la ventana sino a puntos indefinidos dentro del bus, pasando de un estado de relajación a un cierto nerviosismo sutil pero claramente patente en su expresión facial y corporal: su pie empieza a temblar, su espalda está ligeramente separada del respaldo... Se agacha para coger la bolsa, un gesto intencionado hacia su compañera de asiento, que sigue igual que antes, no le presta atención. Pero he aquí el milagro de la comunicación: el tipo recoge la bolsa y antes de incorporarse hace un amago casi imperceptible de levantarse, girando su cabeza ligeramente hacia la mujer y murmurando algo inaudible, quizá no ha dicho nada, puede que sólo haya sido la expresión de la cara, la intención de decirlo. La mujer reacciona agachándose ligeramente a por la bolsa, le mira y abre los ojos y la boca mientras asiente: aquí también tenía que haber habido palabras que salieran de sus labios, pero sólo con ese gesto ya le ha dicho al hombre que ella también se baja en la misma parada. Ha sido una escena completamente silenciosa, excepto por el ruido de las bolsas de plástico, pero la armonía ha sido perfecta: los dos cuerpos se han vuelto a relajar hasta que el bus se ha parado, y organizadamente han salido, primero la mujer y luego el hombre, sin ser conscientes del milagro comunicativo que se ha producido y que ocurre cientos de veces al día, ideas e intenciones expresadas y puestas en común con una pequeña sutil gama de movimientos.

domingo, julio 09, 2006

A todos nos gustan las conspiraciones

- (...) porque si te fijas siempre ocurren catástrofes en navidades y antes del verano, (...) en junio/julio y por diciembre, antes de navidades. Lo tengo comprobado.
- También pasa que... a los periodistas no les han dejado entrar en el metro... y dicen que si la ETA...
- No va a ser todo la ETA (...) pero como dicen que están negociando...
- Pero sólo sabemos lo que quieren que sepamos.
- Sólo sabemos lo que quieren que sepamos.