Ida y vuelta

martes, agosto 29, 2006

Variaciones sobre un mismo tema

Se sube una señora por la que temes por su equilibrio, cargando unas cuantas bolsas de la compra. Bajita, rechoncha, con ese pelo muy rizado y teñido típico de las marujas, consigue abrirse camino en un pasillo ocupado por los asientos, hasta que unos metros más adelante decide que hay un buen lugar libre. Hay una chica joven ocupando el sitio correspondiente al pasillo, y le pide que le deje pasar hasta el de la ventanilla -seguramente preguntando si el otro sitio está libre-; la joven al final se levanta y aguarda a que la señora pase al otro lado, como una mínima expresión de mala gana. Segundos después, con la misma expresión, pero rayando casi en la indiferencia, decide dejar de esperar y se va a otro asiento en la parte trasera del bus. La señora al final consigue meterse ella misma y sus bolsas.

Ahora soy yo el que está sentado en el asiento del pasillo, asiento cuidadosamente elegido para eludir el sol, que ataca sin piedad a los que eligieron mal y se colocaron en el otro lado del bus. Como siempre, escucho música, miro a los que están delante, al paisaje que se extiende sobre las dos hileras de ventanas y que me sé de memoria, pienso en mis cosas, en las cosas de los demás... Hasta que mi compañero de viaje se abalanza sobre mí: antes de llegar a la parada, se levanta y empieza a salir sin tener en cuenta que yo, ay de mí, obstruyo su salida. A duras penas consigo reaccionar de manera lo suficientemente rápida para no ser arrollado por el tipo, que sigue actuando como si nadie estuviera en aquel asiento, no me dirige la más mínima mirada. Sale del bus, creo que estoy a salvo. De inmediato me traslado al asiento de la ventana, no vaya a ser que alguien que tampoco me haya visto aproveche para colarse pasando sobre mí. Hoy estoy especialmente invisible.

Y ahora ya es de noche, hay un montón de gente en el bus, aunque sobran algunos espacios. Pero a mitad del camino nos encontramos la fatídica parada, y comienza a subir gente sin descanso. Un hombre le hace una seña a una señora gorda aposentada en el asiento del pasillo al lado de la puerta, los que suelen ser más grandes. O la señora se hace la sueca o el tipo debe tener el día invisible también, porque tras esperar una eternidad de segundo y pico decide retirarse y buscar otro lugar para sentarse. Pero visto que el autobús empieza ya a estar lo suficientemente lleno como para que los olores corporales se impongan en el ambiente, la señora se mueve: del vacío asiento de la ventana aparece entonces un maletón negro que la señora pasa al centro del bus, seguramente a alguien que viaje con ella, para que lo guarde, claudicando y dejando a alguien acceder al preciado puesto al lado de la ventana.