Ida y vuelta

domingo, julio 31, 2005

Felicidad

Hace dos o tres días estaba esperando el autobús para regresar a mi casa, y estaba anocheciendo. Como siempre, había todo tipo de gente, la mayoría de ella cansada, seguramente volverían a casa después de trabajar. En la penumbra se veían sus caras inexpresivas, en la nube que se forma mientras uno espera durante varios minutos y no tiene nada más que hacer. Me fijé en tres personas: una chica joven, adolescente, y sus dos acompañantes, algo más mayores. Simplemente charlaban. Nada del otro mundo, o eso parecía en la semioscuridad.

Minutos después vino el autobús y se formó la fila de costumbre a su lado. Mientras estaba en ella observé que la chica y sus dos acompañantes comenzaban a abrazarse efusivamente, me fijé esta vez más detenidamente en ellos y vi grandes sonrisas, de las no forzadas, de las que involuntariamente hacen a uno sonreír. Ya en el autobús, ya en plena oscuridad salvo por las lucecitas que hay por todos lados en Madrid de noche, vi que esta chica subía y dentro del vehículo seguía despidiéndose de los dos chicos, efusivamente, sonriendo. El autobús se puso en marcha, y yo me coloqué los auriculares. La chica se sentó en los asientos de la mitad, en los que están al revés que el resto, de tal manera que la veía bien.

Estuve escuchando música un buen rato, mirando por la ventana cómo sobresalen las luces sobre la inmensidad del morado mortecino del cielo. Y me fijé en la chica. Mantenía la mirada en el infinito, ya fuera a través de la ventana o a través del suelo del autobús, y de repente le salió una sonrisa, involuntaria, mientras seguía mirando al infinito, parecía que no se había dado cuenta de que sus comisuras estaban plenamente extendidas.

Quizá era la persona más feliz que he visto en un autobús.

sábado, julio 30, 2005

En marcha

Empezamos...

Sabía que quería escribir sobre algo, pero quería hacerlo con un hilo conductor. Después de todo, mis chorradas personales no creo que interesen a mucha gente. Sin embargo, después de cinco años tomando el autobús todos los días me di cuenta que ahí había muchas historias, que era una buena representación de la vida. Así que, desde mi asiento, he asistido a todo este espectáculo, que quizá no sea tal, pero que da lugar a muchas y variadas reflexiones. Es uno de los mejores espejos de la vida.

Tampoco pretendo hacer literatura. Por propia experiencia, cuando leo algo de alguien que no conozco y que intenta ser algo literario, me parece un gilipollas, además de mal escritor. Sé que esto le pasa a mucha gente, pero también sé que estoy equivocado, que juzgo sin haberme introducido en su mundo. Por eso sé que a mí me pasará lo mismo. Pero me da igual.

Pero ahora pongámonos en marcha...