Ida y vuelta

lunes, junio 26, 2006

La vida se expande

Es una mentira que las ciudades sean los refugios del hombre contra la naturaleza. Y si es así, qué duda cabe de que ha fracasado en ello. Todos hemos visto cómo crecen hierbajos en el pavimento de las calles, cómo en solares abandonados la maleza alcanza alturas de más de un metro y es imposible adentrarse sin machete en esa jungla en el asfalto, cómo algunos animales se han adaptado rápidamente a plazas y jardines, como los gorriones, las urracas, las cigüeñas o innumerables insectos, e incluso ha habido seres que han hecho de la ciudad su hábitat natural, como las palomas, los estorninos y... las ratas.

Nuestro empeño en controlar la naturaleza ha sido en vano, y a veces parece que ella, Ella, se burla de nosotros, como en el caso de una pequeña y frágil ramita que crece dentro de los túneles de acceso al intercambiador de Avenida de América, donde sólo pasan autobuses y no hay rastro de la luz del día, donde la contaminación hace el aire irrespirable, donde el hormigón pretende dejar atrás cualquier rastro orgánico, donde no hay nada, ahí, la Naturaleza ha colocado una fina rama cuyas hojas crecen verdes y frondosas, para escarnio de las máquinas. La más mínima grieta y ¡zas!, la vida se expande, surge el color. ¿Que no hay luz del sol? Habrá que utilizar la de los focos que iluminan el camino, rico en dióxido de carbono, naturaleza lista. Las moles de ocho ruedas nada pueden hacer contra una débil rama que crece a un lado, son demasiado grandes, demasiado bastas, la rama es como una pluma que se escapa entre los dedos. Hagamos un trato con el ganador, pues ella es la que nos puede echar del planeta de una patada en el culo.

sábado, junio 24, 2006

Día punk

San Juan y lloviendo. Autobús con buenos asientos. Las cinco de la tarde de un viernes y sólo hay cuatro gatos. Cuatro gatos hembra. Cuatro gatitas. Y un viejo. Y yo. En traje. Nadie en la carretera, y el aire acondicionado puesto intenta disimular el calor.

España va ganando uno cero.

domingo, junio 18, 2006

El frenético nu-metalero

Las personas que menciono en este blog dan la impresión de no ser normales, al ser sacadas de su contexto, al ser elegidas entre las decenas de hombres y mujeres que veo en el autobús y que particularizo debido a un rasgo más o menos común pero que destaco de entre la miríada de acciones u omisiones que ocurren constantemente en este lugar lleno de vida y a las que no hago caso. Dan la impresión de no ser normales, pero quién hace que sean vistas como normales o no, quién manipula la realidad para centrarnos en un aspecto que nos dé para juzgar sobre algo o sobre alguien...

Un chico que parece algo mayor para la ropa que lleva. Sólo algo: quizá sea que su rapado no oculta unas incipientes entradas, o simplemente sus ojos han perdido el brillo de la adolescencia. No llegará a los 30, pero su camiseta verde (chillón, si no fuera ya vieja) y sus bermudas anchas que llegan por debajo de las rodillas suelen asociarse con los que todavía no han sufrido una rutina laboral.

El calor, la guitarra que llevo a cuestas y el ajetreo a mi alrededor no me hacen prestarle mucha atención. Ni siquiera a su edad incongruente.

Pero comienza a moverse. Primero una mano percutiva, luego unas piernas que tiemblan alocadas y al final una cara absorta en la música que sale a través de sus auriculares. Sus ojos recuperan cierto brillo adolescente, será el trance. Las guitarras distorsionadas se oyen lejanas y más rotas de lo que están, incluso llegan a perderse entre el ruido del bus y de sus habitantes, pero el hombre no puede reprimir la violencia rítmica de las canciones. No es como una chica que me encontraba todas las semanas al ir a la facultad y que fomentaba el conocimiento del hip-hop en el bus a base de un volumen exagerado que hacía que se entendieran perfectamente las letras en diez metros a la redonda. El volumen de la música de este nu-metalero es moderado, no así su pasión.

Pero cada uno va a su bola. Hoy no molesta.

jueves, junio 01, 2006

Una pléyade de gente odiable

Ya que entradas anteriores sobre una temática parecida han resultado desagradables a más de uno, no me voy a regodear en lo que viene a continuación, porque esto es lo más desagradable que me ha pasado en un bus en bastante tiempo. Os ahorro los prolegómenos: resulta que alguien habrá sido tan gracioso de tirar una bomba fétida en el bus, con lo que gran parte de los asientos fueron abandonados, el mío incluido, que me fui tres o cuatro más para atrás. Olía realmente mal. Sin embargo, había entrado poco antes un tipo gordo y con aspecto muy descuidado, además de llevar una feísima gorra (si ya las gorras son de por sí feas) con la visera hacia atrás, y para hacerse el gracioso repetía todo el tiempo "vaya olor, maestro", "ponga el aire acondicionado, maestro", "hijo de puta el que se ha cagao en los calzones", no paraba. Y unas señoras teñidas de rubio (unas viejas repelentes, vamos) unos asientos más para delante le reían las gracias con su risa chillona. Estaréis conmigo en que a veces la humanidad merece ser aniquilada. Pues ese fue el viaje, pero lo peor quizá fue que me había sentado al lado de un chico que estaba contándole su vida a la ¿amiga?, ¿amante? y podía haber escrito un texto más interesante sobre relaciones humanas, sobre cosas que realmente sí importan, pero el olor, el tipo grasiento y las chillonas rubias de bote no me dejaron.