La vida se expande
Es una mentira que las ciudades sean los refugios del hombre contra la naturaleza. Y si es así, qué duda cabe de que ha fracasado en ello. Todos hemos visto cómo crecen hierbajos en el pavimento de las calles, cómo en solares abandonados la maleza alcanza alturas de más de un metro y es imposible adentrarse sin machete en esa jungla en el asfalto, cómo algunos animales se han adaptado rápidamente a plazas y jardines, como los gorriones, las urracas, las cigüeñas o innumerables insectos, e incluso ha habido seres que han hecho de la ciudad su hábitat natural, como las palomas, los estorninos y... las ratas.
Nuestro empeño en controlar la naturaleza ha sido en vano, y a veces parece que ella, Ella, se burla de nosotros, como en el caso de una pequeña y frágil ramita que crece dentro de los túneles de acceso al intercambiador de Avenida de América, donde sólo pasan autobuses y no hay rastro de la luz del día, donde la contaminación hace el aire irrespirable, donde el hormigón pretende dejar atrás cualquier rastro orgánico, donde no hay nada, ahí, la Naturaleza ha colocado una fina rama cuyas hojas crecen verdes y frondosas, para escarnio de las máquinas. La más mínima grieta y ¡zas!, la vida se expande, surge el color. ¿Que no hay luz del sol? Habrá que utilizar la de los focos que iluminan el camino, rico en dióxido de carbono, naturaleza lista. Las moles de ocho ruedas nada pueden hacer contra una débil rama que crece a un lado, son demasiado grandes, demasiado bastas, la rama es como una pluma que se escapa entre los dedos. Hagamos un trato con el ganador, pues ella es la que nos puede echar del planeta de una patada en el culo.
Nuestro empeño en controlar la naturaleza ha sido en vano, y a veces parece que ella, Ella, se burla de nosotros, como en el caso de una pequeña y frágil ramita que crece dentro de los túneles de acceso al intercambiador de Avenida de América, donde sólo pasan autobuses y no hay rastro de la luz del día, donde la contaminación hace el aire irrespirable, donde el hormigón pretende dejar atrás cualquier rastro orgánico, donde no hay nada, ahí, la Naturaleza ha colocado una fina rama cuyas hojas crecen verdes y frondosas, para escarnio de las máquinas. La más mínima grieta y ¡zas!, la vida se expande, surge el color. ¿Que no hay luz del sol? Habrá que utilizar la de los focos que iluminan el camino, rico en dióxido de carbono, naturaleza lista. Las moles de ocho ruedas nada pueden hacer contra una débil rama que crece a un lado, son demasiado grandes, demasiado bastas, la rama es como una pluma que se escapa entre los dedos. Hagamos un trato con el ganador, pues ella es la que nos puede echar del planeta de una patada en el culo.