Ida y vuelta

miércoles, septiembre 21, 2005

No juzguéis si no queréis ser juzgados

Hay autobuses de la EMT que tienen el en centro dos asientos plegables y pegados al lateral, de manera que el que se asiente ahí queda mirando directamente a la puerta de salida... o a lo que se interpone entre el asiento y la puerta.

Al entrar en el bus me he fijado en dos cosas: la primera, un padre y un hijo sentados en los asientos del centro antes mencionados; la segunda, una chica de pelo castaño capaz de imprimir en mi cara de palo una sonrisa tonta para el resto del día. Me siento cerca del padre y el hijo para ver si hoy puedo sacar algo interesante que poner en esta bitácora urbana (o interurbana), dejando atrás a mi gran amor de hoy.

El padre y el hijo hablan, ríen, el hombre escucha lo que le cuenta el niño, y éste parece cansado. Dentro de unos minutos, el padre abrazará a su hijo, jugará con él y le dará un cariñoso beso en la mejilla. Pero antes una persona pulsa el botón de 'parada solicitada', se levanta de su sitio y se acerca a la puerta, preparada para salir a la calle nada más abrirse aquélla. Esa persona es la chica. La del pelo castaño y mi sonrisa tonta. Lucho conmigo mismo para seguir con mi cara de palo mientras ella espera justo frente a mí, a escasos centímetros (demasiado lejos, sin embargo). Con gran esfuerzo logro apartar mi mirada de su cara y su pelo castaño y la dirijo hacia el padre, que le está mirando el culo como si de la final de la Liga de Campeones se tratase. Debatiéndome entre él y mis sueños, consigo con esfuerzo fijarme lo suficiente como para constatar que ni siquiera pestañea. Clavados, sus ojos parecen intentar abarcar algo más grande que un simple trasero, como si quisieran buscar un significado oculto en la parte más abultada de un pantalón vaquero. El culo se baja del bus, dejando en el aire un halo de extraña nostalgia.

Ahora, minutos después, es cuando el padre abraza y besa al hijo. Es una escena bonita, tierna, da gusto ver algo así, distinto de las típicas caras de palo que uno se encuentra cada día. Quizá sea también bonito pensar que, a pesar de todo, a pesar de un trabajo alienante, unos vecinos antipáticos o unas cenas familiares largas y aburridas, la sangre corre por tus venas.

jueves, septiembre 08, 2005

Empatía

Llegando a la parada del bus con los auriculares puestos no te puedes enterar de todo lo que pasa, pero a veces es bueno para captar algunos detalles. Hay más gente de lo habitual, y en cuanto me acerco distingo un taxi y un coche negro aparcados junto a la parada. Al instante veo tres guardias civiles con los chalecos reflectantes, un chico hablando con ellos y, junto al coche negro, que tiene la puerta abierta, está una chica con los brazos cruzados. Si no llevara los auriculares puestos y con la música a todo volumen habría desviado mi atención hacia la conversación de los guardias civiles y el chico. Pero me fijo en la que posiblemente sea su novia, en su cara seria; más que seria, tensa. Tras unas pequeñas gafas negras se adivinan unos ojos que no miran a nada en particular. Cruzo entre la gente para seguir mi camino: por una vez, el autobús no me hace esperar, aunque hoy me hubiera parecido mejor que se retrasara cinco minutos. Un último vistazo atrás y las expresiones cambian: en cuanto regresa el 'novio' junto a la chica y se les une otro hombre más mayor, ésta empieza a hablar, gesticulando exageradamente para no romper a llorar. A lo mejor lo veo exagerado por lo hierática de su anterior postura, pero ahora su cuerpo acompaña a sus posibles palabras de angustia como si una ola de aire intentara desequilibrarlo. Tan sólo la veo de perfil, pero su expresión ha cambiado por completo, y las comisuras de la boca tiran hacia abajo como si quisieran anclarse en los hombros. Un rápido brote de empatía me ha hecho sentir lo que ella sentía, pero no sé qué le pasaba realmente.