Ida y vuelta

sábado, enero 28, 2006

Interrupción: MeMe

Mis cinco manías o curiosidades o paranoias más destacables... en el autobús:

1 - No saludar nunca al autobusero. Cuando empecé a montar todos los días en el autobús saludaba por muy pocas ganas que tuviera. Rara vez obtenía respuesta. Así que ahora por defecto ni le miro.

2 - Sentarme en el segundo asiento después de pasar el centro. No tiene el bulto de la rueda, así que mis rodillas no tienen por qué estar completamente flexionadas, y además en el asiento de la ventana puedo apoyar el pie en la salida de la calefacción (en invierno da mucho gustito) y a su vez apoyo el libro, si estoy leyendo, en esa pierna para que esté más alto.

3 - No ponerme a leer hasta que no hemos salido a la carretera. Quizá empecé a hacerlo porque antes de eso es todo una curva, pero aún así es una manía sin mucho sentido.

4 - No levantarme de mi asiento hasta que no he llegado a mi parada. Si es en la ida, como es la última no me preocupo, y si es en la vuelta, porque normalmente tengo que esperar a que la gente que se ha levantado antes salga.

5 - Escuchar lo que dice la gente. Esto es evidente desde que empecé este blog... Qué coño: sí, me gusta cotillear, como quien no quiere la cosa.

miércoles, enero 11, 2006

El sueño

Ni siquiera había amanecido cuando me monté esta mañana en el bus, temiendo que estuviera repleto, mientras esperaba a que mis gafas empañadas me dejaran ver algo. Efectivamente, repleto. De pie en el pasillo, estaba a punto de colocarme los auriculares cuando vi que justo delante de mí se sentaban una madre y su hija adolescente. Con el ansia de no haber publicado nada en esta bitácora últimamente (es lo que tienen las vacaciones para el que sale de su ciudad todos los días, que no quiere moverse de su casa), pegué la oreja por si había algo jugoso que captar. La hija, como todo adolescente, parecía preocupada por algo. Quizá no acababa de agradarle que su madre la acompañara en el autobús, porque creía que la trataba todavía como a una niña -de hecho, ella llevaba el típico uniforme de colegio concertado y su madre tenía en su regazo la mochila, demasiado limpia para una chica de instituto- o quién sabe por qué. Dispuesto a averiguarlo, resistí la tentación de ponerme música y sumergirme en mi mundo, y presté (disimuladamente) atención. Acto seguido, la niña (la chica, la adolescente, la pre-mujer) se acomodó en su asiento y se durmió. Poco después, la madre la acompañó, por su cuenta, en las tierras de Morfeo.

Miré hacia la parte trasera del autobús: poca gente era la que aguantaba despierta. Algunos ya habían terminado de darle un vistazo a los periódicos gratuitos y estaban cabeceando, otros simplemente parecían que no habían dormido en sus casas. Los que estábamos de pie nos resignábamos a no poder cerrar dulcemente los ojos durante más de treinta segundos y dejarnos llevar por los rincones oscuros de la mente. Sólo se oía el ruido del motor, como un arrullo constante, casi una nana.

Odio tener que levantarme tan temprano.