Cocheras. Noche.
Fui el último pasajero del día,Estaba solo en el autobús,Me sentía contento de que se estuvieran gastando tanto dinerosólo para llevarme por la Octava Avenida arriba.¡Conductor! Grité, estamos usted y yo esta noche, huyamos de esta gran ciudada una ciudad más pequeña más propia para el corazónconduzcamos más allá de las piscinas de Miami Beach,usted en el asiento del conductor, yo varios asientos más atrás,pero en las ciudades racistas cambiaremos de lugarpara mostrar lo bien que le ha ido arriba en el norte,y busquemos para nosotros alguna diminuta villa pesquera americanaen la Florida desconociday aparquemos justamente al borde de la arena,un enorme autobús como una señal,metálico, pintado, solitario,con matrícula de Nueva York.Leonard Cohen,
El autobús. Hasta otra.
Teoría de las fuentes o el fin del principio de una leyenda urbana
"Salió en la tele hace unos meses, en León. Una pareja que venía de comprar, y la mujer le dice al marido que pare, que va a por unas cosas a un chino. El marido se queda esperando fuera de la tienda a su mujer. Y la mujer que no sale, y el hombre esperando en el todoterreno. Y pasan las horas, y al final sale el chino, que se iba a comer y cerraba la tienda. El hombre le pregunta por su mujer, y el chino que le dice que su mujer ya se había ido hace tiempo, y el hombre que no, que él ha estado ahí todo el rato y la mujer no ha salido. Total, que el hombre entra en la tienda y en un cuarto estaba la mujer atada, que la estaban preparando para sacarle los riñones. Si ves qué miedo me da a mí entrar sola ahora a un chino, porque cuando entró el marido estaba la mujer, que la habían atado las manos y la boca para que no dijera nada, y la tenían para sacarle los riñones".Esto es la recreación de una conversación que he escuchado a una mujer que tenía detrás, que recreaba lo que había visto en la tele hace meses, donde recreaban una historia a su vez contada por alguien que recreaba lo que le había pasado. Y cuando la contéis, estaréis re-creando vosotros también.
Variaciones sobre un mismo tema
Se sube una señora por la que temes por su equilibrio, cargando unas cuantas bolsas de la compra. Bajita, rechoncha, con ese pelo muy rizado y teñido típico de las marujas, consigue abrirse camino en un pasillo ocupado por los asientos, hasta que unos metros más adelante decide que hay un buen lugar libre. Hay una chica joven ocupando el sitio correspondiente al pasillo, y le pide que le deje pasar hasta el de la ventanilla -seguramente preguntando si el otro sitio está libre-; la joven al final se levanta y aguarda a que la señora pase al otro lado, como una mínima expresión de mala gana. Segundos después, con la misma expresión, pero rayando casi en la indiferencia, decide dejar de esperar y se va a otro asiento en la parte trasera del bus. La señora al final consigue meterse ella misma y sus bolsas.Ahora soy yo el que está sentado en el asiento del pasillo, asiento cuidadosamente elegido para eludir el sol, que ataca sin piedad a los que eligieron mal y se colocaron en el otro lado del bus. Como siempre, escucho música, miro a los que están delante, al paisaje que se extiende sobre las dos hileras de ventanas y que me sé de memoria, pienso en mis cosas, en las cosas de los demás... Hasta que mi compañero de viaje se abalanza sobre mí: antes de llegar a la parada, se levanta y empieza a salir sin tener en cuenta que yo, ay de mí, obstruyo su salida. A duras penas consigo reaccionar de manera lo suficientemente rápida para no ser arrollado por el tipo, que sigue actuando como si nadie estuviera en aquel asiento, no me dirige la más mínima mirada. Sale del bus, creo que estoy a salvo. De inmediato me traslado al asiento de la ventana, no vaya a ser que alguien que tampoco me haya visto aproveche para colarse pasando sobre mí. Hoy estoy especialmente invisible.Y ahora ya es de noche, hay un montón de gente en el bus, aunque sobran algunos espacios. Pero a mitad del camino nos encontramos la fatídica parada, y comienza a subir gente sin descanso. Un hombre le hace una seña a una señora gorda aposentada en el asiento del pasillo al lado de la puerta, los que suelen ser más grandes. O la señora se hace la sueca o el tipo debe tener el día invisible también, porque tras esperar una eternidad de segundo y pico decide retirarse y buscar otro lugar para sentarse. Pero visto que el autobús empieza ya a estar lo suficientemente lleno como para que los olores corporales se impongan en el ambiente, la señora se mueve: del vacío asiento de la ventana aparece entonces un maletón negro que la señora pasa al centro del bus, seguramente a alguien que viaje con ella, para que lo guarde, claudicando y dejando a alguien acceder al preciado puesto al lado de la ventana.
Como en tu propia casa
Esto ya pasó hace unas cuantas semanas, creo recordar que era el último concierto de la temporada y me monté en el bus sobre las seis de la tarde de un viernes de mediados de julio, con la guitarra a cuestas y los auriculares en las orejas. Y, oh sorpresa, estaba solo en el bus. Aunque esto nunca es verdad, porque contigo siempre está el conductor. Y no podía olvidar su presencia aunque me sentara en la parte de atrás del vehículo. Sí, no podía olvidar su presencia y su gusto musical, ya que una versión de Il mondo por parte de uno de esos grupos pop carne de radiofórmula con cantante mona atronaba por todo el bus. Se entiende que como no había subido nadie hasta ese momento, el autobusero se tomó unas libertades y subió el volumen de la radio (Cadena 100, como me enteraría más tarde). Ah, pero ya había alguien dentro, es de suponer que se moderaría: qué va, ni siquiera podía escuchar mi propio mp3 si no quería poner en peligro mis tímpanos.Ya en la siguiente parada se suman unos cuantos viajeros más, y suena una de esas rumbillas del tipo Delinqüentes o Muchachito Bombo Infierno. Es igual, el tío sigue con su música, ahí, dándole, demostrando que él es el que manda, olé. Pues no, no era la libertad que te da un bus vacío, porque ese ya se iba llenando, a cuentagotas, sí, pero se iba llenando y éramos varios los sufridores. Esperando que el conductor se diera cuenta de que no estaba solo pasamos varias paradas.Y, bueno, yo me bajé al final del trayecto, y el autobusero seguía con su música, qué guay, nos había obligado a escuchar los grandes éxitos del momento, ya que con el ruido tan alto no se podía ni leer ni conversar con alguien y se te hacía incluso difícil concentrarte en el paisaje. Suerte para los próximos que se montaran.
Sutil comunicación
La ventaja de colocarte en los asientos del centro, esos que miran hacia atrás, es que puedes mirar las caras de los demás de una manera no forzada, y esto sirve tanto para cuando se te pone delante una chica preciosa en la que coincides en gustos musicales y literarios (o eso crees) como para observar una de las conductas más comunes dentro de estos vehículos: pedir al vecino que te deje salir.Esto es: un hombre joven en el asiento de la ventana, que deja una bolsa a sus pies, y una mujer de mediana edad (agridulce eufemismo) en el del pasillo, con otra bolsa. Bolsas de plástico, las dos, blancas, de esas que te dan en el Mercadona, ya sabéis, compras algo y... ¡zas!, bolsa al canto.El chico, como cualquier persona no ciega que se sienta en el lado de la ventana, entretiene el viaje mirando la rápida sucesión de edificios, árboles, otros coches... que le hace poner la típica cara bucólica que desde fuera parece reflejo de una reflexión sobre el paso del tiempo, etcétera. La mujer, como casi cualquiera que se sienta en el pasillo, pone una cara más terrenal, la única que se puede poner observando las coronillas del resto de viajeros.Pero en esto que estamos llegando a la parada del hombre, que ya no mira por la ventana sino a puntos indefinidos dentro del bus, pasando de un estado de relajación a un cierto nerviosismo sutil pero claramente patente en su expresión facial y corporal: su pie empieza a temblar, su espalda está ligeramente separada del respaldo... Se agacha para coger la bolsa, un gesto intencionado hacia su compañera de asiento, que sigue igual que antes, no le presta atención. Pero he aquí el milagro de la comunicación: el tipo recoge la bolsa y antes de incorporarse hace un amago casi imperceptible de levantarse, girando su cabeza ligeramente hacia la mujer y murmurando algo inaudible, quizá no ha dicho nada, puede que sólo haya sido la expresión de la cara, la intención de decirlo. La mujer reacciona agachándose ligeramente a por la bolsa, le mira y abre los ojos y la boca mientras asiente: aquí también tenía que haber habido palabras que salieran de sus labios, pero sólo con ese gesto ya le ha dicho al hombre que ella también se baja en la misma parada. Ha sido una escena completamente silenciosa, excepto por el ruido de las bolsas de plástico, pero la armonía ha sido perfecta: los dos cuerpos se han vuelto a relajar hasta que el bus se ha parado, y organizadamente han salido, primero la mujer y luego el hombre, sin ser conscientes del milagro comunicativo que se ha producido y que ocurre cientos de veces al día, ideas e intenciones expresadas y puestas en común con una pequeña sutil gama de movimientos.
A todos nos gustan las conspiraciones
- (...) porque si te fijas siempre ocurren catástrofes en navidades y antes del verano, (...) en junio/julio y por diciembre, antes de navidades. Lo tengo comprobado.- También pasa que... a los periodistas no les han dejado entrar en el metro... y dicen que si la ETA...- No va a ser todo la ETA (...) pero como dicen que están negociando...- Pero sólo sabemos lo que quieren que sepamos.- Sólo sabemos lo que quieren que sepamos.
La vida se expande
Es una mentira que las ciudades sean los refugios del hombre contra la naturaleza. Y si es así, qué duda cabe de que ha fracasado en ello. Todos hemos visto cómo crecen hierbajos en el pavimento de las calles, cómo en solares abandonados la maleza alcanza alturas de más de un metro y es imposible adentrarse sin machete en esa jungla en el asfalto, cómo algunos animales se han adaptado rápidamente a plazas y jardines, como los gorriones, las urracas, las cigüeñas o innumerables insectos, e incluso ha habido seres que han hecho de la ciudad su hábitat natural, como las palomas, los estorninos y... las ratas.Nuestro empeño en controlar la naturaleza ha sido en vano, y a veces parece que ella, Ella, se burla de nosotros, como en el caso de una pequeña y frágil ramita que crece dentro de los túneles de acceso al intercambiador de Avenida de América, donde sólo pasan autobuses y no hay rastro de la luz del día, donde la contaminación hace el aire irrespirable, donde el hormigón pretende dejar atrás cualquier rastro orgánico, donde no hay nada, ahí, la Naturaleza ha colocado una fina rama cuyas hojas crecen verdes y frondosas, para escarnio de las máquinas. La más mínima grieta y ¡zas!, la vida se expande, surge el color. ¿Que no hay luz del sol? Habrá que utilizar la de los focos que iluminan el camino, rico en dióxido de carbono, naturaleza lista. Las moles de ocho ruedas nada pueden hacer contra una débil rama que crece a un lado, son demasiado grandes, demasiado bastas, la rama es como una pluma que se escapa entre los dedos. Hagamos un trato con el ganador, pues ella es la que nos puede echar del planeta de una patada en el culo.